México.- La conquista militar española en la vasta cuenca del sistema Grijalva- Usumacinta difiere de otras regiones del México antiguo. Aunque tanto o más aguerridos que los de otras tierras, los indígenas de las principales concentraciones sucumbieron en los enfrentamientos, pero el bosque tropical, la selva y la intrincada red fluvial impidieron avance franco de las tropas españolas y su presencia sólo logró dispersar a los pueblos indígenas. Tras la conquista, esa dispersión fue también un obstáculo para la labor evangelizadora, tarea que a mediados del siglo XI encabezó fray Bartolomé de Las Casas, primer obispo de Chiapas.
Una de las preocupaciones del padre Las Casas fue rescatar, así lo veía él, a las pequeñas comunidades que vivían en sitios agrestes y sin ningún apoyo, incluido el espiritual. Pensó que si las reunía en poblados que gozaran de la protección de la Iglesia y la Corona, cumpliría el doble propósito de evangelizarlas y mantenerlas a salvo de los encomenderos.
Fray Pedro Lorenzo de la Nada, integrador de pueblos indios, fundó Santo Domingo del Palenque en 1567, con familias choles de la región. El dominico hizo gestiones ante el obispado y después viajó a España para ratificar la fundación de ese pueblo y otros. Que un pueblo fundado por un dominico se llamara Santo Domingo, nada tiene de raro, pero llama la atención que le añadiera “del Palenque”.
Fray Pedro mencionó alguna vez al padre Las Casas que, no lejos del lugar señalado para erigir el nuevo asentamiento, se encontraban las que llamó “bellas ruinas”, a orillas del arroyo Otolum. En lengua chol, otolum significa lugar cercado o amurallado; en castellano, palenque, si se tratara de una empalizada. Es la única referencia que puede explicar el nombre del poblado y su relación con el sitio arqueológico vecino, cuyo nombre original se desconoce.
En 1573 fue reconocido como pueblo adscrito a la Capitanía General de Guatemala, establecida en 1570 como parte del virreinato de la Nueva España. Para celebrarlo, fray Pedro trajo de España tres campanas para la iglesia de Santo Domingo. Se conserva una de ellas, única evidencia de esos acontecimientos del siglo XVI.
Palenque se convirtió en ciudad en 1972, como cabecera municipal. Es un importante entro ganadero en la región y también participa en la actividad económica de Chiapas y Tabasco, por ser un destino turístico muy visitado todos los años.
La zona arqueológica toma su nombre de la comunidad vecina fundada a finales del siglo XVI: Santo Domingo de Palenque. La última acepción, también de origen español, significa “Estacada” o “Empalizada”, que es una valla de madera que rodea un sitio para protegerlo. Es posible que los indígenas conservaran en la memoria la existencia de obras defensivas en la abandonada ciudad prehispánica. Por otra parte que el topónimo provenga de la lengua chol, refiriéndose al arroyo Otulum que significa “casas fortificadas” que atraviesa la zona arqueológica. También se han empleado otros nombres para referirse al antiguo asentamiento: Na Chán “ciudad de las serpientes”, Ghochan “cabeza o capital de las culebras”, Nacan, Ototiun “casa de piedra” y Chocan “serpiente esculpida”, entre otros. Los habitantes locales le conocen con el nombre del riachuelo Otolum, cuyo significado alterno es “lugar de las piedras caídas”. Xhembobel-Moyos, nombre de un pueblo inmediato, fue en una época también usado para designar las ruinas.
La ocupación prehispánica comenzó en el periodo Preclásico tardío, hacia el siglo II antes de nuestra era, por grupos cuya procedencia se desconoce, pero no hay duda de que, a partir del año 300, Palenque fue un centro rector del área. En las inscripciones jeroglíficas se han encontrado fechas que permiten ubicar el principal desarrollo de la ciudad entre los siglos V y IX, con un lapso de auge entre los años 600 y 750 DC, durante el periodo Clásico tardío. Se sabe que fue uno de los principales señoríos de esa época, al igual que sus contemporáneos Toniná, en Chiapas; Calakmul, en Campeche; Pomoná y Comalcalco en Tabasco; Piedras Negras y Tikal, en Guatemala y Copán en Honduras. Con todas ellas tuvo relaciones comerciales y políticas. El glifo emblema de Palenque aparece en estelas y otros monumentos en sitios apartados, lo que denota que extendió su influencia a una vasta región. Ese glifo emblema se conoce como Baak (Hueso).
Hay registros de gobernantes desde el año 431 hasta el 799; a partir del siglo X la información se torna escasa hasta desaparecer, como en todas las ciudades mayas que entraron en decadencia al terminar el periodo Clásico. La ciudad no fue destruida por sus habitantes originales. No hay huellas de lucha o incendios. Se piensa que su desocupación fue paulatina y, con el paso del tiempo, se convirtió en uno de tantos lugares que pobladores posteriores encontraron en mitad de la selva y convirtieron en espacios sagrados o en nuevos asentamientos.
Puede decirse que Palenque ya era sitio arqueológico 600 años antes de la llegada de los europeos. En consecuencia, hablar de sus descubridores exige cierta disciplina. La mención de Fray Pedro Lorenzo de la Nada al padre Las Casas en 1567 no puede considerarse un descubrimiento arqueológico. Tampoco la visita del padre Antonio Solís en 1740. Hay fuentes que atribuyen el descubrimiento a fray Ramón Ordóñez y Aguilar, canónigo de Ciudad Real (San Cristóbal), porque en un informe que rindió en 1773 al presidente dela Real Audiencia de Guatemala, mencionó que había visitado las ruinas y las describió, lo que constituiría el primer documentos. Sin embargo, el primero en explorar el sitio y sus estructuras fue el capitán español Antonio del Río, comisionado en 1786 por el presidente de la Real Audiencia de Guatemala, al que rindió un informe en 1787.
A lo largo de casi 900 años, la selva invadió la ciudad abandonada. El trabajo arqueológico de más de dos siglos ha desplazado ligeramente la selva para dejar a la vista edificios, conforme avanzan la exploración y restauración. Los proyectos arqueológicos del INAH, a partir de mediados del siglo XX y hasta la fecha, preservan en lo posible el entorno natural de los sitios y sólo desplazan lo indispensable pero esto no significa, en el caso de Palenque que en sus tiempos de esplendor la ciudad estuviera, como hoy, en un pequeño claro del bosque. En realidad, era un gran claro y el bosque estaba lejos. No había árboles bordeando los templos o los paisajes urbanos, ni había en aquel tiempo el concepto de jardín u ornamentación con plantas. Sus grandes plataformas estucadas delineaban el espacio de una portentosa urbe.
Para construir una ciudad tan grande volúmenes de materiales. Obtenían la piedra caliza de dos yacimientos propios y la convertían en cal, para después, con ésta y arena, elaborar mortero. Enormes cantidades de cal, que requerían asimismo cantidades gigantescas de madera, sin abundar en que la leña era la única fuente de energía para todo fin. Si se añade la práctica de roza y quema para la agricultura, se entenderá que el bosque estaba muy lejos de cubrir la ciudad.
En el estado actual de la restauración, el impresionante conjunto arquitectónico revela, aquí y allá, discretamente, restos de materiales que permiten imaginara cuál era el aspecto real en su época de esplendor.
En el siglo VII, todos los edificios del núcleo urbano tenían aplanados de estuco, digamos de color blanco ostión. Los bordes de los cuerpos piramidales, las caras de las alfardas lisas y otros elementos de las estructuras estaban pintados con rojo, de cinabrio o de hematita; en otras alfardas y numerosas pilastras había relieves modelados en estuco y pintados con gran detalle con pigmentos naranjas, amarillos, verdes y azules, además del rojo. Hay huellas de esos materiales.
También tenían altas cresterías, de las que sólo quedan restos, aunque hay algunas visibles en el Grupo de las Cruces y en el Templo de la Calavera. También estaban estucadas y decoradas.
Para disfrutar más el recorrido, conviene comenzar por el Museo Arqueológico y así formarse una idea general de la antigua ciudad maya y sus habitantes, para después, al mirar de cerca los edificios, apreciar los numerosos detalles.
Después del Museo Arqueológico, a kilómetro y medio, se encuentra la entrada a la zona arqueológica de Palenque. En la primera visita conviene utilizar la entrada que conduce al estacionamiento principal; hay otros accesos, pero éste es el más seguro.
Gran Plaza
Al caminar desde el estacionamiento hacia el oriente, una escalinata conduce a la plataforma de la Gran Plaza. El primer edificio, que corresponde al vértice noreste, es el Templo XI. El que se va más allá, hacia el oriente, es el conjunto del Palacio. Al sur está un grupo formado por una plataforma con dos estructuras,, los templos XII y XIII; el primero es el de la Calavera, y el segundo, de la Reina Roja. Inmediatamente está el edificio más alto del sitio, el Templo de las Inscripciones.
Templos XII y XIII
Estas dos estructuras y una intermedia se encuentran sobre una misma plataforma que oculta estructuras más antiguas. Se supone que los tres edificios tuvieron mayor altura y templos superiores, pero sólo se conserva el del primer edificio: el Templo XII, al que llaman Templo de la Calavera por un relieve moldeado en estuco que representa un cráneo.
El trabajo de restauración en los dos templos se hizo en 1994.
Al Templo XIII se le conoce como Templo de la Reina Roja porque en su interior, dentro de un sarcófago liso, encontraron los restos óseos de una mujer y gran número de piezas en su ofrenda funeraria. Era costumbre de los antiguos mayas, al menos en los entierros importantes, cubrir con polvo de cinabrio los cuerpos amortajados y también las paredes de los sepulcros. En este caso, el cinabrio impregnó totalmente la osamenta y se adhirió a los objetos. Por ese color aparente, por el rico ajuar y por no hallarse todavía en las inscripciones de Palenque glifos que hagan referencia al posible nombre del personaje, le llamaron Señora Roja. Lo de Reina fue seguramente aportación de algún reportaje en el mundo maya no había reyes, en el sentido europeo.
El esqueleto corresponde a una mujer de aproximadamente 45 años de edad. Fuera del sarcófago se encontraron los restos de otras dos personas, probablemente sirvientes sacrificados. La jerarquía se le adjudica por la ubicación de su sepulcro en el núcleo urbano y sobre todo por la riqueza de la ofrenda funeraria; el ajuar consta de 1140 piezas de jadeíta, malaquita, concha, hueso y perlas con las que se confeccionaron pulseras, ajorcas y orejeras. Tras pruebas de laboratorio, los especialistas concluyeron que algunas de esas piezas se correspondían con dos máscaras la mayor de ellas facial, y otra, pequeña, debió formar parte del cinturón.
Templo de las Inscripciones.
Se le llama así porque, sobre dos de las pilastras de la estructura superior, y en tres tableros hallados en las crujías del santuario, se encontraron en esas tablas glíficas que constituyen una de las principales fuentes para conocer la historia del sitio en su etapa de auge. En el registro arqueológico es el Templo II.
El basamento tiene nueve cuerpos que forman una estructura piramidal rectangular. La altura de esos nueve cuerpos llega a 21 metros; a partir de ahí desplanta el templo superior, con aproximadamente 6 metros más. Solo quedan restos de la crestería, cuya altura debió ser aproximadamente de 3 metros.
La larga escalinata de la cara norte sólo muestra un tramo de las alfardas que seguramente la flanquearon a todo lo largo. Se conservan las de la corta escalinata hacia el templo superior, que tal vez estaban pintadas.
El recinto superior tiene cinco accesos y siete pilastras. Las dos de los extremos muestran cartuchos glíficos, mientras en las centrales se observan, deterioradas per aún reconocibles, figuras humanas modeladas en estuco. A simple vista es difícil, pero posible, percibir los restos de pintura. Si acaso hubo dinteles de madera, no se encontraron evidencias. Al restaurar la estructura, para mejor consolidación del edificio se utilizaron dinteles de concreto.
En el informe de su exploración en Palenque, Frans Blom mencionó que, en la crujía posterior del templo, en el piso, vio tres losas con tapones de piedra que probablemente sellaban el acceso al espacio interior del basamento. En 1952, mientras trabajaban en el santuario, el arqueólogo Ruz Lhuillier retornó el dato de Blom y decidió quitar los tapones de las losas y levantarlas. Al hacerlo así, encontró el acceso a una escalinata que descendía hacia el núcleo del edificio. Estaba rellenada con escombros cuidadosamente fijados con mortero, prueba de que los constructores hicieron lo posible para impedir que alguien utilizara el pasaje.
Tras remover los escombros, descendieron 16 metros hacia el poniente del basamento, y después 5 metros más hacia el oriente. Ahí encontraron el acceso a una cripta y, dentro de ésta, un sarcófago monolítico sostenido por cuatro patas, sellado con una placa de piedra y cubierto por una enorme lápida, también monolítica, cuyos relieves mostraban, en la cara superior, una figura humana rodeada por gran número de elementos simbólicos y, en los cuatro cantos, cartuchos glíficos. Desde finales del siglo XIX, tras las exploraciones de Maudslay y Thompson, había antecedentes arqueológicos de tumbas de este tipo en Palenque, por ejemplo, en el Templo de la Cruz y en el Templo XXI, pero no tan elaboradas. Se trataba del sepulcro de alguien muy importante.
A partir de las inscripciones de la lápida, y de las encontradas en tableros de otros edificios de la ciudad, se identificó al personaje de la cripta según los glifos Escudo Solar. Sobre uno de los cantos de la lápida se leyó una fecha maya correspondiente al año 683, que se interpretó como la del entierro.
Fue uno de los hallazgos arqueológicos más importantes del siglo XX, en Chiapas, México y el mundo entero. Por supuesto, atrajo a muchos arqueólogos y epigrafistas, además de numerosos periodistas.
Cripta y sarcófago
El acceso a la cripta está restringido. Se necesita permiso especial para bajar por la escalinata y llegar hasta el punto desde el cual puede verse el sarcófago. En el Museo Arqueológico hay una réplica en la que se aprecia todo mejor que en el verdadero recinto; hay otra en el Museo Nacional de Antropología, en la ciudad de México. La restricción es comprensible porque la escalera y el recinto son espacios reducidos, y la estructura, en general, delicada. La orientación de los ejes de la cripta es cardinal; no así los del basamento piramidal que la oculta, que están ligeramente girados hacia el noreste.
En los muros interiores hay restos de relieves en estuco que representan a nueve personajes ricamente ataviados. Se dice que son los Nueve Señores de la Noche, Hay además restos de pinturas que representan elementos cosmogónicos. Cuando se abrió la cripta, estas figuras estaban muy deterioradas por las filtraciones, que formaron copiosas estalactitas y estalagmitas. Los atuendos de los personajes corresponden con los de altos dignatarios, quizá sacerdotes o divinidades.
El sarcófago es un bloque paralelepípedo ahuecado, de 3x2x1metros, con cuatro patas, todo en una sola pieza, labrado y con restos de pintura. Las cabeceras están orientadas de sur a norte. El nicho interior tiene aproximadamente la forma de un pez y fue excavado hasta dejar las paredes con un espesor de aproximadamente 25 centímetros. Lo sellaba una placa de piedra, con la misma forma, perfectamente empotrada. Estaba cubierto por una lápida de piedra de 3.8 x 2.30 x 0.25 metros, esculpida en bajorrelieve sobre su cara superior y los cuatro cantos; en estos últimos es donde se encuentran las inscripciones jeroglíficas.
En ambas cabeceras del sarcófago se encontraron soportes de piedra cuya función debió ser la de permitir el movimiento de la gigantesca lápida. Los arqueólogos hicieron muchas consideraciones y pruebas antes de mover la lápida y, sobre todo, el sello de piedra. Primero abrieron un boquete por un lado del sarcófago para darse una idea del contenido. Tras concluir que el riesgo de quitar el sello era razonable, procedieron a mover la gran lápida y después a extraer la placa del sello. Así encontraron el esqueleto extendido (los pies hacia el norte) y una rica ofrenda que incluía los fragmentos de una máscara funeraria de jadeíta que hoy, restaurada, forma parte de la colección del Museo Nacional de Antropología.
Otra pieza hoy conocida en todo el mundo es una cabeza masculina, en estuco, que muestra un complejo peinado que da la impresión de ser un penacho. Algunos dicen que es un retrato de Pakal cuando joven, pero se trata solamente de una hipótesis. La pieza se encontró debajo del sarcófago, sobre el piso, junto a otra similar, de una mujer que también luce un peinado complejo. Dicen que era la madre de Pakal, pero eso tampoco tiene sustento. Los arqueólogos coinciden en que ambas piezas debieron ser, alguna vez, parte del ornamento de alguna fachada o crestería. Se desconoce el posible significado de su colocación, como ofrenda debajo del sarcófago.
Palacio
Cierra la Gran Plaza por el oriente. Tiene escalinatas en sus cuatro lados, pero para el público sólo están abiertas la que da a la Gran Plaza, la del lado norte (hacia el Juego de Pelota) y las de la fachada sur. El acceso por la Gran Plaza está a pocos pasos del Templo de las Inscripciones y se recomienda como acceso para iniciar el recorrido.
El llamado Palacio, en Palenque, aunque si tuvo áreas destinadas a uso habitacional para personas de alta jerarquía, no es un solo edificio sino un conjunto de 15 o más estructuras sobre una plataforma elevada que oculta etapas constructivas anteriores y también galerías que tenían propósitos funcionales.
Como conjunto arquitectónico es el más rico e importante de Palenque. Indudablemente tuvo varias etapas constructivas y remodelaciones a lo largo de cuatro siglos o poco menos. Las últimas son de finales del siglo VIII.
Grupo de las Cruces
Se llama así porque en las escenas de tableros hallados en tres edificios se observó una composición cruciforme, que en realidad es la representación estilizada de una planta de maíz. Esos tres edificios, llamados Templo de la Cruz, Templo de la Cruz Foliada y Templo del Sol, forman una plazoleta llamada Plaza del Sol. En realidad el conjunto incluye una docena o más edificios y se extiende hacia el sur, pero ese sector está menos explorado.
Gastronomía que encierra los secretos de los mayas.
En Palenque te recomendamos degustar el shote (caracol de rio) con momo; en cuanto a bebidas tradicionales encontramos el atole agrio, de granillo, el pozol agrio con chile, las cuales podemos consumir desde la comodidad del hogar debido a que hay comerciantes que van de casa en casa ofreciendo estas bebidas al igual que una gran variedad de tamales.
Algunas de las bebidas y alimentos característicos de la región que te recomendamos son:
Pozol Blanco. Saborea está bebida tradicional elaborada con masa de maíz nixtamalizado. Se toma sin azúcar con probaditas de panela o piloncillo, con mago enchilado o cacahuate.
Dulce de coyol. Meloso y exquisito postre elaborado con el fruto de una palma, piloncillo y canela. Pruébalo y consiente a tu paladar.
Shote en caldo. Exquisito platillo exótico de herencia prehispánica, elaborado con caracoles de río y aromatizado con epazote, ¡tienes que probarlo!
Nucú. Platillo exótico de Chiapas, se desmorona con facilidad en el paladar. Este insecto es de olor agradable en el que se percibe el aroma a la tierra donde brota, por su textura se desmorona con facilidad en el paladar; antes de comerlo se le agrega una pizca de sal y unas gotas de limón.